Dicen que, el que ha venido en ser llamado “Ministerio de la Verdad” creado por el gobierno, tendrá como objetivo controlar los bulos. Las preguntas ante esta afirmación son lógicas: ¿bulos de quién? y aun más ¿qué es un bulo?
Empezando por esta última, Wikipedia, esa fuente de saber único para muchos, define las «noticias falsas, conocidas también con el anglicismo fake news, son un tipo de bulo que consiste en un contenido pseudoperiodístico difundido a través de portales de noticias, prensa escrita, radio, televisión y redes sociales y cuyo objetivo es la desinformación. Se diseñan y emiten con la intención deliberada de engañar, inducir a error, manipular decisiones personales, desprestigiar o enaltecer a una institución, entidad o persona u obtener ganancias económicas o rédito político. Al presentar hechos falsos como si fueran reales, son consideradas una amenaza a la credibilidad de los medios serios y los periodistas profesionales, a la vez que un desafío para el público receptor.»
Así definido, parece que las noticias falsas son cosa del presente, algo moderno, pero nada más lejos de la realidad. Ya en el año 522 AC, Darío llegó a Emperador de Persia, tras la muerte de Cambyses, difundiendo la falsa noticia de quien había sucedido a Cambyses no era su hermano y legítimo heredero Bardia, sino un usurpador.
Las falsas noticias se usaron también para promover la Revolución Francesa de 1789, los revolucionarios afirmaron que la prisión de la Bastilla estaba colmada de «heroicos luchadores del pueblo injustamente encarcelados». Pero cuando el edificio fue capturado, solo había siete prisioneros, todos ellos criminales comunes.
Tanto el nazismo como el socialismo/comunismo soviético de Stalin, promovieron, en su momento, noticias falsas que ensalzaron a ambos, pero, en tanto el nazismo es -y debe ser- condenado, Stalin que asesinó y deportó a millones de personas, con su gran “Purga”, incluyendo la hambruna forzosa a la que forzó a Ucrania durante los años 1932-1933, gracias a la bondad del socialismo/comunismo se mantiene como un dogma en grandes sectores de Occidente. Así, pese a la resolución del Parlamento Europeo condenatoria del nazismo y comunismo (2019/2819 RSP), vemos como siguen existiendo parques, plazas, calles, etc., conmemorativos que ensalzan los regímenes o líderes comunistas.
Y si hablamos de noticias falsas, pongamos ejemplos de la muy añorada, por algunos, Segunda República que, toma fake new, nunca fue votada en las urnas. El rey se vio obligado a abandonar España tras unas elecciones municipales en las que, sin embargo, los partidos monárquicos obtuvieron 22.150 concejales frente a los 5.875 de los partidos republicanos. De hecho, nunca se votó la Constitución republicana, nunca fue refrendada por el pueblo.
Y tanto que hablan de libertad, ¿se imaginan que hoy estuviera prohibido ser republicano o mostrar una bandera republicana? Pues la Segunda República prohibió ser monárquico u ostentar cualquier símbolo monárquico.
Para que no se me quejen, que los veo venir, también hubo fake news durante el franquismo. Desde repetir hasta la saciedad que el golpe de estado, y la consiguiente guerra civil, eran en realidad una “Cruzada”, hasta lo anecdótico de las hazañas de todo tipo (hasta deportivas) que proclamaba el NO&DO.
Todo ello nos lleva a la primera pregunta que nos hacíamos era ¿los bulos de quién se van a controlar? El control de los medios, la censura, es algo que, pese a que lo nieguen con vehemencia, encanta también a los partidos de izquierda y no solo a las dictaduras. En esa muy querida su Segunda República, los distintos gabinetes republicanos dictaron una serie de leyes para encorsetar y fiscalizar a la prensa, desde el Estatuto Jurídico de 15 de abril, que confería al ejecutivo la potestad de someter a fiscalización derechos como la libertad de expresión, la Ley de Defensa de la República -que fue un instrumento eficaz de control e intervención en la libre actividad periodística- hasta la Ley de Orden Público que imponía la censura previa, mediante la declaración persistente de estados de excepción.
Algo que se mantuvo con la Dictadura de Franco a través de la Ley de Prensa de 1938.
Al fin y al cabo, quienes han dado forma hoy a esta “ley contra la desinformación” se declaran herederos y defensores de aquellos republicanos, y no se han ocultado para pedir públicamente el control de los medios de comunicación. Así en el libro «Conversación con Pablo Iglesias», éste proponía establecer mecanismos de control público para regular a los medios de comunicación, o por lo menos a «una parte», y garantizar así «la libertad de prensa, sin condicionantes de las empresas privadas o la voluntad de partidos políticos» (¿?), y el pasado 9 de noviembre de 2020 en entrevista al medio argentino ‘Página 12’, el líder de Podemos dice que «los medios de comunicación tienen una línea editorial que está determinada por la estructura de propiedad que hay detrás; hoy en día los poderes mediáticos que trabajan junto a la ultraderecha asumen que es legítimo mentir». Evidentemente, sus «medios de comunicación» no mienten.
Muchos tememos que, en realidad, ese “Ministerio de la Verdad”, que toma su nombre popular de la novela 1984 de Orwell, termine siendo como aquél y acabe reescribiendo y falseando la historia, algo que ya comenzó con la Ley de Memoria Histórica y continua con la de Memoria Democrática, que ha dado a momentos tan burlescos en su aplicación, de llegar a calificar a los Reyes Católicos de franquistas. Y la desgracia de ver cómo, para algunos, los muertos sólo pueden ser los de una parte. Norma fundamental de todos ellos es no hablar de los errores propios y sólo de los de los demás, porque conforme se conoce menos la verdad histórica, más fácil es manipularte. Ya Largo Caballero, líder del PSOE que intentó el Golpe de Estado de 1934 (aunque ellos le llaman Revolución), declaraba que: “Las elecciones no son más que una etapa en la conquista y su resultado se acepta a beneficio de inventario. Si triunfan las izquierdas, con nuestros aliados podemos laborar dentro de la legalidad, pero si ganan las derechas tendremos que ir a la guerra civil declarada“.
En palabras de Concha Langa, profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla y especializada en Historia de la Comunicación: «El desconocimiento de la historia reciente de España es… triste». Y peligroso, porque «permite la manipulación». «Tenemos más información que nunca, acceso a más medios que nunca, y no estamos mejor informados que nunca». Una situación “muy preocupante” que parte «de la falta de ese espíritu crítico para saber discernir la realidad de la falsedad». Y cuando se unen «pereza mental», fake news y redes sociales… «Hay un paralelismo» entre los años de la guerra civil y el franquismo y los tiempos actuales. Un momento de crisis, los años 30, «con una pérdida de los valores tradicionales» que hoy está «en el auge de los populismos, lo estamos viendo», dice Langa. Otra vez la propaganda contra la información.
El problema mayor de esa pereza mental, es que muchos, bien por una incultura evidente, o bien, lo que es peor, por un borreguismo ideológico igual de inculto, -y de los que a partir de ahora vamos a tener aun más con esos “aprobados sin estudio” que se nos avecina-, se lanzan a repetir en las redes sociales, como si de un mantra de tratase, la mentira que su líder les hace repetir hasta que parezca verdad, para que la verdad auténtica no aparezca.
En 2019 se hizo público un estudio conjunto de la American Economic Review, la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, la Universidad de Bocconi en Milán y la Universidad Queen Mary de Londres que demostraba que una mayor exposición a la programación de Mediaset en Italia llevó a un mayor apoyo a candidatos populistas con mensajes simplistas. Este estudio que va desde la llegada de Mediaset en la década de los 80 hasta la actualidad, muestra cómo los jóvenes que vieron este grupo de cadenas durante sus años de formación crecieron «menos cognitivamente sofisticados y menos cívicos». Si sumamos que en España los programas más vistos de televisión son Sálvame y similares de Mediaset, no nos extrañemos de tener lo que tenemos.
Como ya he dicho más de una vez, Umberto Eco decía «el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad», y por desgracia, los tontos abundan, en demasía.